Vox Populi, es la voz del pueblo, pero no siempre es la voz de Dios». Con esta frase tan transcendental en forma de humilde sentencia, vengo a subtitular el artículo que habla de los intereses ocultos y luchas fratricidas que han tenido lugar a lo largo de los siglos en nuestra “piel de toro”. Y es que, la habilidad que nos caracteriza a todos los paisanos de este país y gran imperio, que lo fue, pero que de la noche a la mañana dejó de serlo, no es una manía exclusiva de los atribulados ciudadanos de nuestro país, pero sí es cierto que en estos pagos ha alcanzado la categoría de arte para mayor regocijo de nuestros vecinos y menoscabo de un progreso más armónico para nuestra gran nación.
El audaz golpe de mano con imprevista colleja al parroquiano con el que compartimos cafés, o el improperio cargado de mala leche dirigido al que reivindica la autonomía de su lugar de origen, ya sea porque lleva barretina, txapela o pañuelo de hierbas, están insertos y grabados a fuego en el ADN nacional.
Resulta bastante triste como “los otros…”, que antaño fueron nuestros rivales y a los que dominamos y tuvimos en jaque durante siglos, hoy ocupan puestos destacados en el concierto mundial.
Desde tiempos inmemoriales, y desde nuestra más tierna infancia nacional no hemos dejado de incordiarnos los unos a los otros por los temas más banales y peregrinos. Si toda esa energía invertida en vapulearnos y en ocasiones, destruirnos y aniquilarnos, la hubiéramos dedicado en diseñar o recuperar nuestra grandeza perdida, hoy estaríamos en el pelotón de cabeza sin despeinarnos ni una “miajita”, como dirían los lugareños del sur.
Aquellos otros, los que fueron nuestros rivales y a los que dominamos y tuvimos en jaque durante siglos, nos tienen hoy a poco menos de “corpore insepulto”, hoy y gracias a su idea solidaria de naciones bien avenidas y de una Europa unida, ocupan puestos relevantes en el concierto mundial. De seguir con nuestras atrasadas y perversas aficiones, vamos a tener que pedir un sitio en el mapa, algo más abajo del cuerno de África.
Pero estense tranquilos chavales y zagalillas, no pasa nada, nuestro comportamiento no corresponde a una patología severa ni antinatural, es el producto de un largo y elaborado entrenamiento que ya viene de lejos, (no preocuparse), que esto no es como los pepinos, esto ya viene de muy atrás, yo diría que de la lejanía de nuestros valores ancestrales.
Hace 200.000 años, los neandertales peninsulares de la época, cuando se cabreaban entre ellos o con algún “cromagnon” despistado, pasaban a mayores directamente. Se hacían unos pinchos morunos con todo aquel le “armaba terquería” que ríete tu de la cocina de diseño que se lleva ahora. Vamos, como para bromear con los prendas. La Cueva del Sidrón, en Asturias, da fe y testimonia gráficamente la práctica de estas “nocivas” actividades gastronómicas de antaño, seguramente hace 6000 años, no existiese al terapia de grupo, ni las pastillas para la depresión.
Vamos a recorrer la historia, y vamos a recordar al célebre Leovigildo, que allá por el año del Señor del 580, le dio por pasaportar a su hijo Hermenegildo, por cogerle apego al cristianismo y alterar más la ya de por sí belicosa convivencia del reino visigodo. Vamos, que los vínculos de sangre no eran coartada ni salvoconducto para seguir correteando alegremente por el predio nacional.
Algo parecido le pasó a Alfonso X el Sabio en una guerra de sucesión de andar por casa con su hijo Sancho IV. Entre ambos tuvieron una fuerte agarrada que casi se los lleva a los dos por delante. Afortunadamente, al final imperó la cordura y el padre miró para otro lado cuando el vástago se autoproclamó rey allá por los pagos de Jaén, y la sangre no llegaría al río, porque el rey sabio valoraba la estirpe más que su vástago.
De la misma forma la tuvieron Pedro I el “Justiciero” y mal llamado “el Cruel” con su hermanastro Enrique de Trastámara, que esta vez sí, acabó con el cuello del interfecto rey de Castilla nivelado por los hombros, en el Campo de Montiel, lugar donde unos siglos más tarde batallaría nuestro adalid de la leyenda caballeresca.
Cuentan las crónicas castellanas que Rodrigo Díaz de Vivar, (al que llamaremos como “El Cid”, a partir de ahora), le tomó la medida al monarca y le hizo jurar que no le había dado pasaporte a su hermano en Zamora en un episodio que olía bastante a chamusquina. Esta acción de un vasallo a su rey parece ser que no le sentó bien al coronado y señor de las contiendas, y ello dio lugar a una serie de dimes y diretes que quedan reflejados en la excelente obra cumbre de la literatura española, el “Cantar de Mio Cid”, de la que ya les dejé un artículo unos días atrás.
Otra que se las gastaba de órdago era nuestra bien amada reina Isabel la Católica que a su díscola sobrina la Beltraneja, que aspiraba además del trono de Portugal al de Castilla por unos derechos sucesorios un pelín volátiles, le hizo un descosido importante que casi acaba con ella en un cajón de pino. Se salvó por la campana y quedo despojada de todos sus títulos. El terremoto de Lisboa en 1755 se llevaría por delante sus restos y borraría cualquier huella de su precaria memoria histórica.
Allá por 1494 el Papa Alejandro VI –también conocido como el Papa Borgia– tuvo que llamarle a capitulo al «martillo de herejes» Torquemada, confesor de la Reina Católica por su exceso de celo con sus conciudadanos pues su afición a prender hogueras por aquí y por allá tenía al país en vilo. La cosa acabó con un buen tirón de orejas y una rebaja de humos y competencias de las actividades del celoso inquisidor que estaba dejando al país sin contribuyentes y los bosques esquilmados con tanto frenesí correctivo.
Años más tarde el excelente, a la par que cuestionado, rey Felipe II pondría a la sombra a su hijo Carlos por su supuesta locura alimentando así a los detractores de la corona que le acusaban de ser el mentor de la incipiente Leyenda Negra. No es que el gran rey estuviera desacertado en su decisión, pero si es cierto que se pasó un poco dejando morir a su hermano en prisión.
Existe otro episodio histórico propio de los ribetes de opereta, o en el peor de los casos, de aquellos Estudio 1 que algunos les tocó vivir el siglo pasado. Este episodio nacional, no es de Benito Pérez Galdós, fue el que protagonizaron la amantísima, buena cortesana y dama de la corte llamada Ana de Mendoza, “princesa de Éboli, y de más cosas…”, (como dijo el mensajero) y Teresa de Jesús. Estas dos grandes señoras mantuvieron gresca continua por la construcción de unos conventos en Pastrana que era el predio donde la Princesa de Éboli poseía asiento y plaza. A la aristócrata del parche, se le cruzaron los cables y quiso imponer a la mística las directrices de los planos y una intervención en la gestión de los conventos, obviamente la santa se puso torera y la noble tuerta le denunció por hereje ante la Inquisición por los comentarios vertidos en su magna obra el “Libro de su Vida”. Al final, Teresa de Jesús fue apercibida con la boca pequeña y a la noble se le recomendó que mirase a otro lado, y eso hizo, mirar a la corte de su buen consejero y amigo, el rey…
Las luchas fratricidas han existido siempre, y la verdad es que nosotros procedemos de una de ellas, la que dio origen a nuestras creencias, reverenciada en el Antiguo Testamento y puesta en práctica más a menudo de lo que hubiese sido deseable. Ya he citado antes el caso de los hermanos, reyes de Castilla, y ahora em referiré en los mismos o parecidos términos de dos antiguos amigos, Pizarro y Almagro. Situados en el contexto de las llamadas guerras civiles entre conquistadores y tras las capitulaciones de Toledo allá por 1529, el agraviado Almagro, descubridor de Chile, se mostró insatisfecho por los logros anteriormente obtenidos y se puso algo chulo, y en la batalla de las Salinas, Pizarro le infligió una severa derrota, y además le pagó el billete de ida hacia la eternidad, de manera expeditiva y un tanto mezquina.
Mis añorados Lope de Vega y Cervantes, protagonizarían un duelo de titanes épico y no cejarían en sus agarradas más que sonadas. Al igual que sus contemporáneos Quevedo y Góngora, los cuales pudiesen haber sido perfectamente los protagonistas de aquel cuadro de Goya, “Duelo a garrotazos”, pues su empeño por darse cera manifestaba su ingenio a raudales en coplillas y sonetos como aquel que el cordobés le dedicaría al que fue espía en Venecia; “Hoy hacen amistad nueva/ más por Baco que por Febo/ don Francisco de Quebebo y Feliz Lope de Beba…”.
Un poco más arriba y con menos lustre y más grosería, un tal Fernando VII y el asaltacamas, (que no asaltacunas), llamado Godoy se arrancarían los pelos tras la caída de su mentor Carlos IV. Las secuelas del motín de Aranjuez y la desmesurada practica de un nepotismo lacerante, serian la tumba del tragaldabas, (comúnmente llamado “tragapanes o “tragatajás”), y antaño todopoderoso primer ministro.
Y seguimos andando el camino histórico y unos cuantos años después, los fundadores del “turnismo”, (o quítate tú, que me ponga yo) tras el convulso sexenio isabelino, Cánovas y Sagasta crearían la pantomima de la democracia, una caricatura que más parecía un teatro de títeres o de juglares de la corte, en la que permanentemente amagaban con la mayor para regocijo de un electorado amaestrado que se lo pasaba de miedo con las representaciones de estos dos actores.
Pero según mi humilde punto de vista, fue mucho más crudo y más lacerante el rifirrafe ocurrido entre el biempensante Prim y el maquiavélico Montpensier, (Antonio de Orleans) que acabaría con la vida del primero en un trágico atentado en las navidades de 1870, posiblemente, alentado por el segundo que tenía muy mal perder.
Es evidente que vivimos en un país de contrastes, este es el país de la discordia, y así ha quedado reflejado a lo largo de los siglos. Esta circunstancia, no nos puede dejar de parecer una viva y cruda representación de los desgarros patrios, encarnados hace ya unos añitos, por los primos hermanos, (que no hermanos) Francisco Franco Bahamonde y Ricardo de la Puente Bahamonde, que se avinagraban las vidas el uno al otro con complacencia y con ideologías más que contrapuestas, pues el aviador, “de madera” revolucionaria, era un incondicional de la República, pero aun así, es posible que a sabiendas de cómo se las gastaba su primo del alma, (el que fuese padre de todos los españoles) decidiera combatir con los golpistas, y quizás ese fuera el mayor error de su vida.
España sigue y seguirá siendo lo mismo, “Aeternus et umquam”, pero en términos opuestos. Nuestra esencia radica en hacer difícil lo que resulta fácil por naturaleza…