Suite información. Pedro Ignacio Altamirano. Málaga, 16 mayo 2023.- La Caverna endogámica. En la conferencia impartida por el cardenal Joseph Ratzinger el 1 de abril de 2005 en Subiaco, en el monasterio de Santa Escolástica, al recibir el premio «San Benito por la promoción de la vida y de la familia en Europa», abordaba los problemas del cristianismo en la Europa de hoy.
Del mismo permítanme destacar cuando nos indica que “La desigualdad en la repartición de los bienes de la tierra, la pobreza creciente, más aún el empobrecimiento, el agotamiento de la tierra y de sus recursos, el hambre, las enfermedades que amenazan a todo el mundo, el choque de culturas…
Todo esto muestra que al aumento de nuestras posibilidades no ha correspondido un desarrollo equivalente de nuestra energía moral. La fuerza moral no ha crecido junto al desarrollo de la ciencia; más bien ha disminuido, porque la mentalidad técnica encierra a la moral en el ámbito subjetivo. El verdadero y más grande peligro de este momento está en este desequilibrio entre las posibilidades técnicas y la energía moral.”
A ello mi pregunta es ¿En qué momento del camino nos perdimos otra vez?, ¿Dónde perdimos de vista el desarrollo social hasta el punto de que se nos escapara de las manos?, ¿Qué teníamos que hacer más importante que ocuparnos de nuestros jóvenes, de nuestras próximas generaciones?.
La caverna endogámica
Me atrevo en afirmar, que el problema surge de la profundas cuevas endogámicas en las que muchos católicos, esos que se creen más católicos que nadie y en posesión de la verdad absoluta de las palabras de Jesús. Se miran unos a otros a la luz de las candelas para decirse que buenos somos, y que malos son todos los demás: somos el bien, y “ahí fuera” habita el mal. Lo que no saben, es que Jesús no vive en la comodidad de las cuevas, sino “ahí fuera”.
No es por tanto, desde el concepto radical del bien y del mal ante las nuevas generaciones, a la que de forma clara hemos abandonado, como solucionaremos los problema. Los hemos abandonados, y todos somos responsables por nuestra falta de acción. Desde el inmovilismo hemos permitidos que, poco a poco, fueran desapareciendo de los sistemas educativos europeos el estudio del Latín, Griego, Filosofía, el estudio de las religiones, y todo aquello que nos aporta la moral y ética a la que se refiere Ratzinger “La fuerza moral no ha crecido junto al desarrollo de la ciencia.”
La caverna piensa que, de rodillas, rezando de letanía en letanía, Dios enviará a sus Ángeles armados con espadas de fuego a rescatarlos, mientras pasan por el filo de la fría espada a todo infiel que no se arrodille, no ante Dios, sino ante ellos. Lo que no entienden, es que en efecto, Dios está a punto de enviar a sus Ángeles, pero para sacarlos a gorrazos del fondo de la cueva, quitarles las tonterías de encima, y ponerlos frente a frente, a la realidad actual en la que vive el cristianismo en general, y el catolicismo en singular.
El cristianismo está obligado a recuperar el territorio que nunca debió perder, no el del extremismo del «capillísmo» sino de la cultura, del humanismo, nacido, sobre todo, desde el adelanto al renacimiento promulgado, y digo bien, por los filósofos andalusíes, árabes, judíos y cristianos, entre ellos Averroes, Maimónides o el malagueño Ibn Gabirol. Pusieron las bases para adelantar el renacimiento, en base a la recuperación de los conceptos griegos en un cambio histórico que se reflejaría durante el siglo XIII en la Escolástica, no sin tensiones y prohibiciones debido a su reflejo en las disputas universitarias.
El renacimiento contra la caverna
Ello es de vital importancia, porque la recepción de la cultura de Al Ándalus en la Europa latina y el debate universitario, abrieron las puerta al pensamiento crítico y la cultural, que sin duda influyeron sobre la Escolástica, y de forma especial en santo Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola y la puesta en valor el pensamiento de San Agustín fue decisiva en la recepción cristiana del aristotelismo.
El cristianismo se puso al frente de la cultura en Europa. El renacimiento, con los grandes pintores, escultores, escritores y pensadores, el más grande entre los grandes, Leonardo Da Vinci, escribe «Te obedezco, Señor, en primer lugar por el amor que razonablemente te debo, en segundo lugar porque sabes abreviar o prolongar la vida de los hombres»: un cristiano a la vanguardia del pensamiento, el arte y la ciencia.
Ante este avance de la cultura cristiana, nos encontramos con la caverna. Esa, que por su inmovilismo, endogamia, egoísmo y mercantilismo, forzaron los grandes cismas de la iglesia. El agustino Martín Lutero o la provocada por Enrique VIII con la Iglesia de Inglaterra o anglicana, son dos cismas que pudieron evitarse con un poco de ejercicio de debate y adaptación, pero prefirieron quedarse al fondo de la cueva, y seguir permitiendo que el cristianismo se desangrara.
Hoy, bien entrado el siglo XXI, nos encontramos ante una transformación social sin precedentes. La sociedad anda muy perdida y con millones de dudas, caminando sola y a oscuras por senderos de confusión. ¿Dónde estamos los cristianos? Exacto. En las caverna endogámica, mirándonos unos a otros, educado a nuestros hijos en colegios católicos, la mayoría en privados inalcanzables para la mayoría de la sociedad, potenciando de ese modo la endogamia, un clasismo elitista insufrible. Ahí nunca habito, ni habitará Dios.
Dios vive, donde ha vivido siempre: en la calle. Con los pobres, los que sufren enfermedades, con los más débiles o los que son marginados por cualquier condición. Dios está con los que trabajan para que el cristianismo no fallezca en ninguna cueva, sino con los que, con humildad, pensamiento crítico, reflexión, debate abierto y una infinita tolerancia, trabajan de forma incansable por adaptar la iglesia a la realidad social, sin abandonar los conceptos básicos del cristianismo y el humanismo.
El humanismo como “alma” de construcción masiva
Carmen Bustos, directora de Soulsight, opina que nuestro poder para resolver los problemas complejos y abstractos, que se presentan en esta nueva era y la capacidad de innovar nos hace conscientes, como en otras épocas, de la importancia del humanismo. No sólo como modelo de pensamiento que favorezca el desarrollo de nuevos ideales sociales y una nueva perspectiva de la ética, sino como el principal motor para confiar en nosotros mismos en la búsqueda de nuevas soluciones.
En un mundo global y digitalizado, donde lejos de acabar con las desigualdades, estas se amplifican, necesitamos renovar nuestro pensamiento asumiendo nuestra responsabilidad. Trabajar para un cambio que aporte sentido y solucione los grandes problemas del siglo XXI.
Construir un mundo mejor es más que posible, lejos de los mensajes apocalípticos, estamos ante una etapa increíble. Por primera vez en la historia de la humanidad, poseemos los medios, ciencia y tecnología que demuestra que el reto que tenemos entre manos depende más de nuestra generosidad, empatía y creatividad, que de su factibilidad.
Necesitamos nuevas miradas, nuevas ideas, pero sobre todo necesitamos evidenciar la necesidad de recuperar la empatía como capacidad transformadora. La humanidad en el diseño de esas ideas. Si no tenemos a las personas en el centro, sus problemas, sus necesidades, va a ser complicado que avancemos hacia un mayor progreso social.
Para ello es importante salir de nuestras cuatro paredes, conocer en primera persona la realidad, volver a tocar, a sentir, volver a conectar con el ser humano. Igual de importante es la diversidad. Equipos mucho más heterogéneos, donde tengan cabida disciplinas.
Antropólogos, filósofos, sociólogos, diseñadores, artistas, cualquier profesión que esté en contacto con la esencia del ser humano constituye una gran oportunidad para generar el cambio necesario. Colaborar, compartir, co-crear, deberían ser acciones que se implementaran en el día a día.
No hay reto más ambicioso que contribuir al cambio de una época que reconoce nuestro valor como creadores e individuos. Repensemos la esencia, las prioridades. Tenemos la responsabilidad de pasar a la historia como una sociedad que apostó por la ética como verdadero motor de disrupción.
No es, ni será fácil. Aleksandr Solzhenitsyn dice que ¡si todo resultara tan simple! Ojalá hubiese personas malvadas en algún lugar cometiendo con insidia malas acciones, y sólo fuera necesario, separarlos del resto de nosotros y excluirlos. Pero, la línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón del ser humano. ¿Y Quién está dispuesto a destruir un pedazo de su propio corazón?
La paciencia, la perseverancia, la reflexión y la virtud no son aspectos que se tienen en cuenta en nuestra sociedad posmoderna actual, donde predomina el relativismo, el individualismo, la fragmentación de la realidad e incluso hay incapacidad para distinguir lo que es humano. Con estos claros enemigos, nacidos del abandono del humanismo, éste cobra el verdadero valor como “alma” necesaria para combatir y ganar la batalla del futuro. Todo lo contrario de la postura enconada en el interior de la caverna endogámica, donde habitan mucho males y demasiados interesados en crear un nuevo cisma en la Iglesia.