Manuel Recio Abad. suiteinformación.- Parece ser que el izquierdismo patrio, o los “zurdos” como les denomina el presidente argentino Milei, no están por la labor de olvidar al personaje político español más relevante sin lugar a dudas, del pasado siglo. No contentos con haber cambiado de lugar el enterramiento de sus restos mortales aerotransportándolos desde Cuelgamuros a El Pardo, sacan a pasear su espíritu a diario, anunciando ahora la creación a modo de parque temático, de no se sabe cuántos actos y eventos a desarrollar en el venidero 2025, con la excusa de celebrar los 50 años de “convivencia democrática”.
Nunca un dictador fue tan laureado y reconocido por sus encarnizados enemigos como lo es Francisco Franco, ayer caudillo de España por la Gracia de Dios y nunca jamás olvidado por la desgracia satánica que hoy padecemos con los que en la actualidad nos desgobiernan. Le necesitan imperiosamente. Creen que en la comparación ganan. Quien venció en una guerra que no quiso, es ensalzado por los descendientes ideológicos de quienes la perdieron. Esconden, claro está, las consecuencias que hubiera sufrido nuestra nación de haberse impuesto las ideas revolucionarias pro soviéticas de Largo Caballero y su pandilla de sanguinarios mequetrefes. Pero eso ya se ha olvidado, aunque escrito esté en los libros que narran nuestra historia. Ahora toca glorificar la muerte en 1975 del único mandatario que supo vencer al comunismo, motivo por el cual fue respetado por todas las democracias occidentales. Es una astilla difícil de extraer de las cabezas que todavía defienden que la Segunda República española no supuso más que el derrocamiento de una monarquía obsoleta y la implantación de un sistema que bien podría compararse con el maravilloso país de Alicia. Fue entonces cuando un grupo de caprichosos generales fascistas se alzaron en armas contra el angelical poder establecido provocando una guerra civil con miles de obreros muertos, fusilados y sepultados en cunetas. Ahí se queda eso para que aquellos burritos que se niegan a conocer la verdad histórica más auténtica, salgan a las calles a manifestar su dicha por la desaparición de aquel que murió en la cama de un hospital, dejando a España situada como la octava potencia económica del mundo.
No cambio mi vida en los años sesenta y setenta por la de ahora y es probable que conmigo coincidan muchos coetáneos en esta afirmación. De esta democracia, exceptuando la Transición, me quedo con muy poco. Están enterrando en las cunetas los auténticos valores, la verdad, la ética, la responsabilidad, la vergüenza y todo aquello que engrandece una leal y respetable gestión de gobierno.
Lo que verdaderamente ansío es que en 2025 se pueda celebrar el cambio de este gobierno acabado por un nuevo rumbo político para todos.