8 Enero 2025. Armando Robles.- No ignoro, Majestad, que los argumentos son siempre instrumentales en democracia y los grandes principios, como los de los hermanos Marx, tienen otros de repuesto. No ignoro, Señor, que vivimos una época donde lo esencial es moldear el significado de los gestos y la expresión de las emociones al calculado interés de la institucionalidad. Eso lleva por ejemplo a los políticos a sostener digo donde ayer decían diego, o a establecer correlatos entre conceptos en apariencia tan antagónicos como un Moët & Chandon y un cava catalán. No ignoro, Señor, que la volubilidad moral del sistema le obliga usted a ajustarse al patrón de la canalla más veces de la que seguro desearía. Pero hay ocasiones, Señor, en las que hasta un Rey tiene que hacer abstracción del deber impuesto y actuar conforme al deber que nace en la conciencia, pasa por el corazón, atraviesa el alma y desemboca en el honor bien entendido. A la manera calderoniana, ya sabe.
Señor, Pedro Sánchez utiliza a Franco para que no se hable (o se hable menos) de la corrupción que anega de mierda a su gobierno y le funciona porque a sus rivales de la derecha les causa una terrible incomodidad hablar de las cosas buenas del Franquismo, que son infinitamente más de las que registrará la Historia acerca del sanchismo.
Hemos leído que usted se sumará a dos actos del programa de conmemoración de la muerte de Franco, según ha anunciado el Gobierno.
En esta hora amarga en la que España está a expensas de un presidente amoral y enloquecido, dispuesto a cualquier infamia para mantenerse en el poder, esperábamos de usted uno de esos gestos que subliman a las personas, y ya no digamos a los reyes. Esperábamos ese gesto porque el agradecimiento es de bien nacidos. Y porque no puede ser el rey de todos los españoles quien no sabe ser agradecido. Conozco que el instinto de conservación de los Borbones ha consistido, desde la Transición, en mantener una calculada y supongo que provechosa equidistancia entre los malos y los peores. De los buenos, mejor no mencionarlos ni siquiera en la hora de su muerte, aunque les deban las prerrogativas regias de las que disfrutan. Usted y la que, según algunas lenguas, manda en Zarzuela.
Es mi deber preguntarle, Señor, si sería usted Rey de no haberlo dispuesto el hombre cuya memoria pretende desesperadamente ser reducida a escombros por la mayor colección de golfos, corruptos y truhanes que se hayan dado nunca cita en un gobierno (evidentemente no lo van a conseguir). Más allá de lo probable debería responder que no. Tendría que vivir de un trabajo, posiblemente mal remunerado, como cualquier hijo de vecino, y apuesto doble o nada a que la inductora de su silencio formaría hoy parte de la nómina de procaces activistas del sanchismo en TVE, junto a la repugnante Inchaurrondo y el repugnante Fortes.
Lamento tener que remover hechos que la amnesia nos aconsejó ignorar durante años, pero se diría que los Borbones no tienen memoria histórica, que representan a una institución huérfana de pasado. Cabría pensar que la Monarquía de Alfonso XIII -muerto en la Roma beligerante de Mussolini en 1941- se mantuvo ajena a la guerra y sin vinculación con ninguno de los contendientes.
En julio de 1969 las Cortes franquistas aprobaban, con la obediencia debida, a su padre como sucesor del Caudillo “a título” de Rey. A las siete de la tarde del 23 de julio de 1969, el nuevo Príncipe heredero del general Franco introdujo su juramento con estas palabras: “Estoy profundamente emocionado por la gran confianza que ha depositado en mí Su Excelencia el Jefe del Estado…Formado en la España surgida el 18 de julio, he conocido paso a paso las importantes realizaciones que se han conseguido bajo el mando magistral del Generalísimo…”. Es decir, Señor, que Franco había al fin decidido quién le sucedería y bajo qué cláusulas. Nada más. Si removemos el pasado, Majestad, que sea sin trampas.
Probablemente, la gente que le aconseja habrá calculado los riesgos de una negativa a participar en los aquelarres en torno a Franco, a cuya memoria usted tanto debe.
Durante la celebración en el Congreso del 40 aniversario de las elecciones del 77, usted dijo que “la Guerra Civil y la dictadura fueron una inmensa tragedia sobre la que no cabía fundar el porvenir de España”. Debería haber tenido el decoro de añadir a continuación: “Menos para el de mi familia”. Pero tuvo el desdoro de faltar a la verdad para quedar bien con los herederos políticos de los que echaron del Trono a su bisabuelo y de los que pretenden echarle a usted más pronto que tarde. Su ubicuidad moral en asuntos de dictaduras se puso de manifiesto tras la muerte del tirano comunista Fidel Castro. Envió usted entonces un telegrama de pésame a su hermano Raúl, en el que subrayó que se trataba de una figura de “indiscutible significado histórico” y donde recordó “muy especialmente sus lazos familiares y vínculos con España”. Al parecer, los lazos afectivos del tirano comunista con España no son comparables al papel que tuvo Franco para la continuidad de su familia al frente de la más alta institución española.
En fin, Señor, nada nos complacería más que una noble rectificación de quien debería tener la dignidad y la hombría patriótica de bien de respetar, y no mancillar, el precioso recuerdo del que tuvo la generosidad de reponer a su padre en el mismo trono que usted hoy tan inmerecidamente disfruta.
Por último, juzgo hoy como proféticas las palabras de mi abuelo, héroe de la División Azul, cuando decía que “gracias a Dios me hice monárquico antes de conocer a los Borbones”.