«España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectones o de los reyes de taifas»
Marcelino Menéndez Pelayo, un genio olvidado en la actualidad. Prevalecen autores contrarios al espíritu patriótico, prevalecen autores extranjeros a los que se elogia, y se descartan las grandes glorias de nuestra literatura, de las que sentirnos orgullosos, porque España ha dado fruto a grandes literatos patrios, ejemplos de nuestra historia y nuestro deber es recordarlos para guardar su legado.
Nació en Santander el 3 de noviembre de 1856. Su padre era profesor de matemáticas. Desde muy niño destacó por su prodigiosa mente, devorador de lecturas, consiguió reunir más de 45.000 libros a lo largo de toda su vida. Ya, desde la niñez, tuvieron que instalar una biblioteca en un almacén cercano a la vivienda familiar para guardar la cantidad de libros que se iban acumulando.
Sus padres se sintieron muy orgullosos siempre de él, por su destacada labor literaria y mente analítica. De profunda fe católica se enorgullecía de la historia de España, de nuestro glorioso pasado y se encargaba de trasladarlo a sus escritos. Poseía una gran capacidad de trabajo, inteligencia superdotada, dominaba ocho lenguas antiguas y modernas y tenía una portentosa memoria fotográfica, identificó la raíz de lo hispano con la tradición católica,
Marchó a estudiar a la Universidad en Barcelona, cuyos estudios los completó en Valladolid y Madrid, donde fue catedrático a los 22 años. Miembro de la Real Academia de la Lengua española. Distinguido con los más altos honores fue propuesto para Premio Nobel.
A su fallecimiento legó todos sus libros y obra a su querida tierra santanderina, con el fin de que todos pudieran acceder al conocimiento y la lectura. Allí está instalada la Biblioteca que lleva su nombre.
Fallece el 19 de mayo de 1912, en su tierra natal, Santander, besando el crucifijo que tenía en su habitación desde la infancia.
“Consagró su vida a su patria. Quiso poner a su patria al servicio de Dios”