Los tercios españoles alcanzaron fama inmortal en los campos de batalla de Flandes, pero en el norte de África y en el Mediterráneo se creó y desarrolló la estructura que los convirtió en la mejor máquina militar de su época.
Entre las olas del Mare Nostrum y la aridez de la tierra del Magreb, los tercios españoles se tuvieron que enfrentar a turcos, berberiscos, árabes y bereberes.
La presencia española al otro lado del estrecho de Gibraltar estuvo garantizada por los tercios. Cada año los tercios de Nápoles, Milán y Sicilia se embarcaban en las distintas escuadras de galeras al servicio de la Monarquía Hispánica para patrullar el Mediterráneo durante el verano, época propicia para la navegación y que era aprovechada por los corsarios berberiscos para lanzarse contra las costas opuestas en busca de botín y cautivos.
Muchos cuerpos quedaron en aquellas tierras sin tener un cristiano entierro. Pero su honor, su valentía, su defensa de Dios y de la Patria, tendrán su justa recompensa.
Soneto que corresponde a un fragmento del capítulo XL del Quijote, escrito por Cervantes – que fue hecho preso en Argel- destacando la gloria de los tercios.
De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y este es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes