Pedro Ignacio Altamirano. Málaga, 27 enero 2023.- 7 de febrero, aún no es San Fermín, pero, de nuevo, como todo lo referente al Covid-19, el Gobierno de España abre el portón de chiqueros, y se lo toma a “choteo”, con esa pestilencia a totalitarismo «madurista», del porque me sale de los “colgajos fondones” y porque “yo lo mando”, pero sin una sólo explicación técnica basada en informe alguno.
Por mi afición a coger ya sea un avión, tren de alta, media, baja o nula velocidad de nuestra, por poco tiempo, Renfe; bus o barco, para salir y descubrir otros mundo, comparar, desmitificar, desvelar verdades y mentiras cotidianas difundidas por nuestra prensa nada o poco creíble, visito muchos países europeos, africano, americanos… y en ninguno, excepto en España se usaba ya la mascarilla.
Es de lógica. No es capricho de los demás y sabiduría española, es por coherencia. Si nos enchufan, nunca mejor dicho, tres o cuatro dosis de vacuna anti Covid de diversas marcas, que al menos al que les escriben me han dejado para el arrastre, para en teoría, inmunizarnos que no inmunizan más allá de no se cuántos meses, porque tampoco en eso se ponen de acuerdo ¿para qué se necesita la mascarilla? ¿o es que no estamos tan inmunizados?.
7 de febrero mascarillas fuera
Bien, hagamos caso y aceptemos “pulpo como animal de compañía”. Aceptemos que es “guay” el uso de la mascarilla. Pero alguien, por Dios, por la Virgen del Carmen y San Fermín, puede explicarme el misterioso del ¿por qué puedo entrar en un bar de cañas en fila apretada de “a tres” para pedir la caña que te corresponde si mascarilla?.
En la cola, el que a tu lado te lleva dos cañas de ventaja, te explica lo bien o mal que tira la cerveza el de la barra entre saliva salpicada a modo de misil hipersónico ruso, y el de atrás, que te lleva cinco cañas de más, te abraza y te dice que eres un buen amigo a la oreja. Pero esos no contagian, no sé si por el alcohol o porque el Covid es inteligente y huye de semejante padilla de borrachines de fin de semana. La juerga sigue después en la disco, o en la taberna irlandesa de la esquina, que tampoco entra el Covid, pero es que, además los camareros, ¡oh misterio!, son, o deben ser inmunes.
Eso sí, se sube usted en un taxi, y con el Gobierno hemos topado: ¡Uso obligatorio de la mascarilla!, que el honrado y sufrido trabajador del taxi no debe tener, ni la misma resistencia física a los contagios, o tienen menos vacunas que los camareros: hay que proteger el trasporte público con mascarillas, mamparos y ventanillas abiertas. El conductor del Bus, convertido, por obra y gracia del Covid, en miembro auxiliar de la benemérita, te mira con cara de mala ostia y te dice “oiga sin mascarilla no entra”, cuando acabo de volar 14 horas en un avión sin mascarilla, aguantado las largas colas para sellar el pasaporte por no seguir relatando.
Ya lo de las compañías aéreas españolas es para nota. Se han tenido que poner en “jarras” y plantarse con el uso de las mascarillas, porque los viajeros preferían cualquier compañía no española donde llevaban meses sin la obligatoriedad de llevarlas. En resumen, un desastre digno del “Spain is different”. No, ni España es diferente, ni los españoles marcianos. Los que son muy “different” son pandilla de políticos que tenemos y votamos con la mano en la nariz.
Ahora sale el de los pronósticos fallidos y nos dice que, ¡Albricias!, El 7 de febrero se acaban las mascarillas en el transporte público, porque le sale del vello púbico al de turno, un par. Yo creo que comenzó a contar hasta siete para no equivocarse, pero como no da una pues: uno de enero, 7 de febrero! Ostias, que me he equivocado al contar el mes. Es igual con un par: pito, pito gorgorito, el 7 porque me sale del p….to.