


Parece ser que, a finales del siglo XV, un marinero de condición humilde conocido como Juan de Lepe , pues de allí era su origen, arribó a las costas inglesas, entrando a formar parte de la corte de aquel país. Se desconoce cuáles fueron los méritos que le llevaron a recibir tan alto honor y en tan poco tiempo, pero sí se sabe que Juan estableció una cercana relación con el rey, Enrique VII (1457-1509), prácticamente de amigos, acompañándole en la mesa durante las comidas, convirtiéndose en su confidente o disfrutando juntos de diferentes juegos. Precisamente, en uno de esos momentos ociosos entre Enrique y Juan, el rey realizó una apuesta que incluiría a nuestro protagonista en el anecdotario de la historia. Enrique VII, con fama de tacaño, se jugó en una partida de cartas -se habla también de ajedrez o dados- las rentas que generara Inglaterra durante un día y, subiendo la apuesta, incluyó la posesión de la corona en esa misma jornada. La suerte sonrió al de Lepe. Contra todo pronóstico, el onubense salió vencedor del envite del monarca y, gracias a ello, obtuvo una gran fortuna, convirtiéndose, además, y según el trato, en rey de Inglaterra por un día. Desde ese preciso momento, a Juan se le empezó a conocer, de forma cariñosa, como The Little King of England (El pequeño Rey de Inglaterra). Curiosamente, la relación entre ambos no se vio afectada, que ya sabemos la poca afición a perder que tenían los reyes de la época, y aún en mayor medida contra un plebeyo.
A la muerte de Enrique VII, en 1509, Juan de Lepe regresó a su ciudad natal como un hombre rico. Allí, pasó sus últimos días disfrutando de la fortuna obtenida en Inglaterra, aunque también realizó una importante donación al convento franciscano de Nuestra Señora de la Bella -actualmente desaparecido-, con la condición de que fuera enterrado bajo su techo y en cuya lápida se grabara su hazaña. Aunque no se conserva, podemos conocer el epitafio de la tumba gracias a la publicación del padre Francisco Gonzaga, “De Origine Seraphicae Religionis Franciscanae» (1587), que reza: “En la Iglesia de este convento (Nuestra Señora de la Bella) aún se ve el sepulcro de cierto Juan de Lepe, nacido de baja estirpe del dicho pueblo de Lepe, el cual como fuese favorito de Enrique VII rey de Inglaterra con él comiese muchas veces y aun jugase, sucedió que cierto día ganó al rey las rentas y la jurisdicción de todo el reino por un día natural, de donde fue llamado por los ingleses el pequeño rey. Finalmente, bien provisto de riquezas y con permiso del Rey volvió a su patria nativa y allí después vivió algunos años rodeado de todos los bienes y elegido su sepultura en esta iglesia, murió. Sus amigos y parientes grabaron esta historia en lugar de epitafio, la cual quise yo, aunque no parece a propósito de esta Historia, dejarla como recuerdo de este lugar”.
Muchos podrían pensar que este relato es una invención, debido a la extrañeza de la historia y la poca documentación que tenemos sobre ello. Pero, existe un objeto que ha llegado a nuestro tiempo, el cual demostraría la veracidad de las aventuras de Juan de Lepe: la corona robada a Enrique VII. En 2010, la Hermandad de la Bella expuso, por primera vez en quinientos años, la corona en plata grabada a fuego con esmaltes que un marinero llegado de Inglaterra donó a la Virgen. Ese marinero se llamaba Juan de Lepe y la corona pertenecía al rey Enrique VII. Como vemos, la gran amistad entre ambos no fue impedimento para que el onubense se llevara “prestado” un valioso recuerdo de su paso por la corte inglesa.
Fotos: Enrique VII / Ntra. Sra. de la Bella de Lepe con la corona robada
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